Frutos Prodigiosos, una colección imperdible

Por Jefatura de Bibliotecas

Como parte del vasto acervo con el que se cuenta en el área infantil, de cada una de las bibliotecas de éste municipio, se encuentra la colección Frutos Prodigiosos, de la que abordaremos en esta edición 36, de Tulancingo Lector.

Se trata de una serie de ejemplares, en los que a través de cuentos, cantos, refranes y mitos, se habla de los aromas, colores, sabores, sonidos y texturas de algunos de los frutos que hay en México, y cuya variedad es extensa.

En el libro “El jitomate, fruto con ombligo” de Arnulfo de Santiago, niñas y niños podrán empezar la lectura con una adivinanza, seguida por un cuento.

Además, resalta que el nombre científico del jitomate es, Lycopersicum esculentum, alude a un fruto comestible, no obstante, en Europa, al principio no lo consideraron así, su difusión como alimento tardó más de cien años.

“¿Por qué es rojo el jitomate, El jitomate debe su color al caroteno, un pigmento que va de amarillo al rojo y que se procesa durante la digestión en nuestro organismo, formando la vitamina A”.

Otro ejemplar de esta colección es “La papaya, fruta bomba”, del escritor Luis Rojo, que inicia con una leyenda maya. “El regalo de Kin Chob a los hombres”.

Se cita que “Chick put es el nombre que los mayas dieron a la papaya, aunque también le llamaban simplemente put. Al parecer, el vocablo papaya proviene de alguna lengua que se hablaba en el Caribe, cuando llegaron los españoles, quizá del otomaco papaio del taino papayana, palabras que significan desmoronar o martajar.

“La papaya es de la familia de las caricáceas- de ahí su nombre científico: Carica papaya-; su constitución es la de una planta arborescente, es decir, más parece árbol que planta, pues llega a sobrepasar los cinco metros de altura.

“Quizás fue el encanto y el temor al futuro lo que provocó que temblara la guayaba, y con el temblor se desprendió de la rama.
Pudo ser eso; más lo cierto es que ya era tiempo de que cayera, y eso lo saben bien el árbol, el viento, el sol, la lluvia”, es un fragmento del libro “La guayaba, fruto de arena”, también de Arnulfo Santiago, que se puede consultar en las estanterías de Tulancingo.

Como parte de su contenido se refiere que del guayabal los pueblos obtienen leña para cocinar sus alimentos o para aliviar los efectos del frío.

En algunas partes de México y Centroamérica, la corteza de este árbol se prepara para teñir pieles y también su uso por gusto, remedio o sustento.

Se dice que la guayaba es la fruta con más alto contenido de ácido ascórbico, de vitamina C, en lo que supera a los cítricos como el limón y la naranja. Para conocer más de esta fruta los invitamos a leer el ejemplar.

Mientras que en “El aguacate”, de Rosalía Chavelas, nos cuenta que se trata de un fruto del árbol del mismo nombre o aguacatero, y fue uno de los alimentos que integró la dieta de los antiguos habitantes del valle de Tehuacán, Puebla.

El aguacatero posee un tronco recto, cubierto por una corteza agrietada de color café grisáceo que alcanza una altura de hasta 20 metros. El follaje es perenne, requiere mucha humedad, florece de febrero a mayo y puede fructificar gran parte del año.
Otro ejemplar de la colección es ”El Henequén”, de Stella Cuéllar, y explica que pertenece, según los botánicos, a la familia de las amarilidáceas y su género es agave, el mismo del maguey. Su nombre científico es agave four-croydes.

Menciona que es difícil distinguir un agave de otro, pues son muy similares y a todos se les conoce con el nombre genérico de maguey. El género agave comprende más de 200 especies que se extienden desde el sur de Estados Unidos hasta Centroamérica, aunque la mayoría se encuentra en México.
“El Maguey”, autoría de Jennie Ostrosky, resalta que es una planta de hojas arrosetadas, gruesas y carnosas, dispuestas sobre un tallo corto conocido como piña, cuya parte inferior no sobresale de la superficie de la tierra. Así como que en México existen 200 especies de la familia de las agaváceas.

Más títulos son; “El cacahuate”, de Luis Rojo, “El nopal” y “El chicle”, ambos autoría de Sarah Corona.
Tanto niñas como niños, jóvenes y adultos pueden conocer más del contenido de éstos libros en las ocho estanterías públicas de Tulancingo.